EDUCACIÓN, ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE
Aprendizaje y
educación: su extensión y profundidad
El aprendizaje se
produce simplemente mientras los individuos se relacionan, interactúan con el
mundo natural y andan por el mundo que ellos han construido. De hecho, una de
las cosas que nos distinguen como humanos es nuestra enorme capacidad de
aprender.
Otras especies también
aprenden, desde el insecto más diminuto hasta el más listo de los chimpancés,
pero ninguna practica la pedagogía ni tiene instituciones de educación. En
consecuencia, el medio principal por el que otras especies se desarrollan con
el tiempo son las adaptaciones biológicas graduales de la evolución.
La educación crea el
aprendizaje humano, a diferencia del de cualquier otra criatura. El aprendizaje
permite al ser humano escapar de los rígidos condicionamientos de la
naturaleza. Le da los recursos para entenderse a sí mismo y el mundo que lo
rodea y para transformar sus condiciones de vida, para bien o para mal.
La educación es la
capacidad peculiarmente humana de nutrir el aprendizaje deliberadamente y crear
contextos sociales concebidos expresamente para ese fin: las instituciones
educativas.
SINTESIS: El aprendizaje cotidiano se produce de
manera natural en todo tiempo y lugar. La educación
—incluidas las instituciones, sus planes de estudio y métodos pedagógicos— es
el aprendizaje sujeto a un plan.
El arte y la
ciencia de enseñar
La enseñanza ocurre en todas partes.
Muchas personas son naturalmente buenas para enseñar. Saben explicar las cosas
claramente. Son pacientes. Y tienen la habilidad de explicar tan solo lo
suficiente y no de más, de manera
que el estudiante adquiere la sensación de un gradual dominio del asunto en
cuestión, aunque sea con la ayuda de una persona más preparada.
Podemos ver la práctica de la enseñanza en acción
por todas partes en la vida diaria. De hecho es imposible imaginar la vida
diaria sin ella.
La enseñanza es también una vocación, una
profesión. Las personas que se dedican a ella son buenas para ejercerla cuando
han desarrollado y aplicado las disposiciones y aptitudes de quien es un buen
maestro en la vida diaria.
Pero la profesión de la enseñanza es mucho más
que tener una habilidad natural, por bien que se practique. Hay también una ciencia de la educación, que añade
método y reflexividad al arte de la enseñanza y está respaldada por un cuerpo
de conocimientos especializados.
Esta ciencia se plantea y trata de responder
preguntas fundamentales y perspicaces. ¿Cómo
se produce el aprendizaje? ¿Cómo
organizamos la enseñanza para optimizar su eficacia? ¿Qué métodos les dan
resultado a los estudiantes? Y cuando hay buenos resultados, ¿cómo lo sabemos? La ciencia de la
educación intenta responder estas preguntas por medio de un análisis profundo y
detenido.
Prácticas de
aprendizaje
En el aprendizaje,
un conocedor adopta una postura en relación con lo conocible y entra en acción.
Saber implica hacer: experimentar, conceptualizar, analizar o aplicar, por
ejemplo.
El estudiante lleva
su propia persona al acto de saber, su subjetividad. Cuando presta atención y
capta lo conocible, se transforma en mayor o menor medida. Sus horizontes de
conocimiento y acción se ensanchan.
El aprendizaje puede analizarse a tres niveles: la “pedagogía” o microdinámica de los momentos de enseñar y aprender;
el “plan de estudios” o pautas de
aprendizaje de determinados campos del conocimiento, y la “educación” o entorno institucional general en el que se sitúan la
pedagogía y el plan de estudios.
La pedagogía es un
proceso planeado y deliberado por el que una persona ayuda a otra a aprender.
La pedagogía es la ciencia y la práctica de la dinámica de conocer.
La evaluación es la medida de la pedagogía:
interpretar la forma y el grado de transformación de aquel que sabe.
El plan de estudios
es el contenido sustantivo del aprendizaje y su organización en materias y
temas: matemáticas, historia, educación física y demás. En los lugares de
enseñanza y aprendizaje formales y sistemáticos, la pedagogía se aplica dentro
de estos marcos más amplios en que se da estructura y orden a los procesos de
transmisión de conocimientos.
Estos procesos
suelen definirse por contenidos y metodologías específicos, de ahí las
distintas “disciplinas”. Podríamos preguntarnos cuál es la naturaleza y el
futuro de la “lectoescritura”, la “aritmética elemental”, la “ciencia”, la
“historia”, los “estudios sociales”, la “economía”, la “educación física”, etc.
¿Cómo se relacionan unas con otras y con un mundo en estado de transformación
dinámica? ¿Y cómo evaluamos su eficacia en cuánto a plan de estudios?
La educación se ha empleado
tradicionalmente en relación con comunidades de aprendizaje formales, las
escuelas, colegios y universidades, que aparecieron junto con la escritura como
herramientas de la administración pública (para adiestrar, por ejemplo, a los
“mandarines” o funcionarios de la China imperial o a los amanuenses de
escritura cuneiforme en la antigua Mesopotamia/Irak); para respaldar religiones
fundadas en textos sagrados (la madrasa islámica o el monasterio cristiano), y
para transmitir conocimientos y sabidurías desarrollados formalmente (la
academia de la antigua Atenas o las enseñanzas confucianas en China).
El aprendizaje se da en todo momento y
lugar. Es parte intrínseca de nuestra naturaleza humana. La educación, en
cambio, es el aprendizaje sujeto a un plan, en entornos comunitarios
expresamente concebidos como tales: las instituciones de enseñanza preescolar,
escolar, técnica/vocacional, universitaria y para adultos. La educación a veces
también adopta modelos informales o semiformales en instalaciones cuya
principal razón de ser es comercial o comunitaria, incluidos lugares de
trabajo, grupos comunitarios, hogares y sitios públicos.
Hacia una ciencia
de la educación
En su manifestación
más evidente consta de sus formas institucionales: escuelas, colegios y
universidades. Pero la educación en su
sentido más amplio es un proceso social, una relación de enseñanza y
aprendizaje. Como práctica
profesional, es una disciplina.
Por “ciencia” o
“disciplina” se entiende un tipo privilegiado de conocimiento, creado por
personas que poseen aptitudes especiales y que se dedican principalmente a la
investigación y a las profesiones académicas o de enseñanza. Implica una
experimentación cuidadosa y una observación atenta. Los científicos exploran
sistemáticamente los fenómenos, descubren datos y pautas, con los cuales
formulan poco a poco teorías que describen el mundo. Con el tiempo llegamos a
confiar en ellas y les atribuimos la autoridad de la ciencia.
Así, podemos crear
una ciencia de la educación centrada en el cerebro como entidad biológica y en
la mente como fuente de conductas (ciencia cognitiva). O podemos realizar
experimentos en los que exploremos detenidamente las realidades del aprendizaje
para demostrar lo que da resultado y lo que no. Como el científico de la
medicina, podríamos dar a algunos estudiantes una dosis de cierta clase de
medicina educativa y a otros un placebo para saber si determinada intervención
produce mejores resultados experimentales; tales son los métodos experimentales
formales de los ensayos aleatorizados y controlados.
Sin embargo, con
frecuencia tenemos que saber más. Sin duda es útil saber algo acerca de cómo
funciona la mente, pero ¿qué hay de las condiciones culturales que también
constituyen al individuo pensante?
Necesitamos pruebas fehacientes de los tipos
de intervenciones educativas que funcionan, pero ¿y si las preguntas
investigativas que nos planteamos o los exámenes con que evaluamos los
resultados miden solo un reducido espectro de capacidades y conocimientos?
¿Y si los exámenes
demuestran que la intervención funciona —las puntuaciones van en aumento—, pero
a algunos estudiantes no les atrae el plan de estudios en el que se han basado
los exámenes? ¿Y si los exámenes son eficaces solo para medir si los
estudiantes recuerdan los datos que los exámenes esperan que hayan aprendido:
respuestas simples, de opción múltiple o de sí o no?
Un crítico de estos
“exámenes normalizados” podría preguntar para qué sirven, en un mundo en el que
siempre es posible averiguar los datos, pero en el que la solución de problemas
y la creatividad son capacidades más solicitadas, y donde puede haber más de
una respuesta válida y útil para la mayoría de las preguntas más relevantes.
Por estas razones, también tenemos que
trabajar con una concepción más amplia de la disciplina de la educación, basada
en una definición de ciencia más abarcadora que los métodos experimentales.
Una ciencia
interdisciplinaria
Es una ciencia que
explora qué es el conocimiento.
Se centra en la
manera como los bebés, luego los jóvenes y finalmente los adultos aprenden. La
educación como ciencia es una forma de conocer, que tiene un objeto especial:
saber cómo se produce el conocimiento y cómo se desarrollan las aptitudes para
saber. Es, en cierto modo, la ciencia de todas las ciencias. También se ocupa
de la organización de la enseñanza que sustenta el aprendizaje sistemático
formal y las instituciones en las que se produce ese aprendizaje.
Con demasiada
frecuencia la educación se considera como la prima pobre de otras disciplinas
en la universidad: las ciencias naturales, las humanidades y las otras
profesiones, por ejemplo.
Es vista como algo que hace posibles las otras
disciplinas y no como una disciplina en sí misma. Esto a menudo se refleja en
menores montos de financiamiento para la investigación, requisitos de admisión
menos estrictos para los estudiantes, y menores salarios para los egresados.
La educación parece ser menos rigurosa, y
derivada. Su base disciplinaria se toma prestada de otras disciplinas, en apariencia
más fundamental —sociología, historia, psicología, ciencia cognitiva,
lingüística, filosofía— y del conocimiento sustantivo de varios campos
temáticos, como la literatura, las ciencias y las matemáticas.
Sin duda la
educación es más extensa y más ecléctica que otras disciplinas. La educación se
apoya en varias ramas disciplinarias: la filosofía del conocimiento
(epistemología), la ciencia cognitiva de la percepción y el aprendizaje, la
psicología del desarrollo, la historia de las instituciones modernas, la
sociología de las comunidades diversas, la lingüística y la semiótica del
significado, por nombrar solo algunas de las perspectivas disciplinarias de la
educación.
Estas y otras ramas
se reúnen para constituir la disciplina de la educación. En este sentido, la educación es más que una disciplina: es
un esfuerzo interdisciplinario excepcional.
La educación como
ciencia de las ciencias
No se puede
cultivar ninguna de ellas en una universidad o colegio salvo por medio de la
educación. Ninguna otra disciplina existe sino a través de su aprendizaje. Un
principiante no puede iniciarse en una disciplina —física o derecho, historia o
literatura— si no es mediante la educación, aprendiendo el conocimiento
acumulado que ha llegado a ser esa disciplina.
En este sentido, la educación es más que solo
interdisciplinaria. Hace más que hilvanar otras disciplinas. Es una metadisciplina, esencial en cuanto
fundamento práctico de todas las disciplinas. La educación es la disciplina de
las disciplinas.
La educación
es la investigación sistemática del modo en que el ser humano llega a saber. Se
centra en el aprendizaje formal institucionalizado en todos sus niveles, del
preescolar al primario, secundario y universitario.
La educación se ocupa también de los procesos
del aprendizaje informal: cómo aprenden a hablar los bebés en casa, o los niños
y adultos a utilizar una interfaz o a jugar un juego. Estudia asimismo cómo
aprenden las instituciones y los grupos, reuniendo y adquiriendo conocimientos
que se aplican en sus comunidades, profesiones y lugares de trabajo.
De hecho, como el conocimiento se necesita y
emplea en todas partes, el aprendizaje se produce dondequiera. No hay parte
alguna de nuestra vida a la que la disciplina de la educación no pueda dotar de
una perspectiva útil.
Quizá, entonces, la
educación sea más que un mero espacio interdisciplinario que entrelaza hebras y
retazos de otras disciplinas: un poco de psicología aquí, de sociología allá,
de administración acullá. La educación debe considerarse el fundamento
metadisciplinario de todas las disciplinas. Su centro de atención es nada menos
que la ciencia del conocimiento.
La metadisciplina
de la educación investiga el aprendizaje, o cómo llegamos a conocer y ser. La
educación en cuanto metadisciplina explora el saber y el ser. Analiza cómo las
personas y los grupos aprenden y llegan a ser lo que son. Como tal, es una
exploración especialmente expansiva del conocimiento. Le interesa saber cómo se
produce el conocimiento y cómo se desarrollan las capacidades de conocer.
Invertir en
educación por una "sociedad del conocimiento"
Políticos y líderes
industriales por igual nos dicen que hoy en día el conocimiento es un factor
clave de la producción, una base esencial de la competitividad, a nivel
personal, empresarial y nacional. Y como el conocimiento es producto del
aprendizaje, la educación es hoy más importante que nunca. Por eso la educación
ha llegado a ser un tema tan prominente en el discurso público de promesa
social.
Las expectativas de
la educación han aumentado en forma irreversible. Hoy más
que nunca se dice que la educación es fundamental para el progreso social y
económico. Esto no necesariamente se traduce enseguida en una mayor inversión
pública en educación (un enfoque eficiente, diríamos). Aun así, la actual
retórica sobre la importancia de la educación nos da a los educadores mayor
influencia en el discurso público que hasta hace poco.
Dicho llanamente,
en una economía del conocimiento en la que cada vez más empleos exigen mayor
profundidad de conocimiento, las escuelas deben hacer cuanto puedan para llenar
las lagunas del saber. Si pueden lograrlo, contribuirán al menos un poco a
mejorar las peores desigualdades materiales sistémicas.
Las escuelas, en
otras palabras, tienen la oportunidad, la responsabilidad y el reto nuevos de
construir sociedades más incluyentes de clases sociales cuyo acceso a los
recursos materiales históricamente era limitado.
No obstante, los
educadores se esfuerzan por encontrar recursos para satisfacer las expectativas
crecientes, pese a tanta palabrería sobre la “sociedad del conocimiento” y la
“nueva economía”. Quizá los educadores hayamos escuchado esta retórica con gran
escepticismo debido a las luchas que enfrentamos.
A pesar de todo,
tenemos que discernir entre lo que es retórica y genuinamente nuevo en nuestro
tiempo. Debemos aprovechar la tendencia del discurso público contemporáneo y
colocarnos en el centro.
Es nuestra oportunidad: la materia del
conocimiento es nada más y nada menos que la del aprendizaje. Sin duda esta
nueva clase de sociedad también requiere una nueva clase de aprendizaje, y que
se asigne a la educación una nueva posición social. Nuestra función como
educadores es defender la educación y exigir la asignación de los recursos
sociales necesarios para satisfacer las expectativas en aumento.
Planes para futuros
sociales: hacia un "Nuevo Aprendizaje"
Este centro bien
puede ser económico en el sentido de que está sujeto a la superación o la
ambición personales. De igual manera, sin embargo, la educación es un espacio
para volver a imaginar y ensayar un mundo nuevo y mejor que rinda mejores
resultados materiales, ambientales y culturales para todos. La educación debe
ser ciertamente un lugar de posibilidades abiertas para el crecimiento
personal, la transformación social y la profundización de la democracia. Tal es
la agenda del “Nuevo Aprendizaje”, explícita o implícitamente. Esta agenda
respalda si nuestra obra y pensamiento son expansivos y filosóficos o locales y
meticulosos.
Si hubiera que
elegir una sola palabra para describir la agenda del Nuevo Aprendizaje, sería “transformador”. Así, el Nuevo
Aprendizaje no se basa simplemente en una interpretación del cambio. También se
basa en una agenda optimista en la que los educadores podemos contribuir de manera
constructiva al cambio. Si el conocimiento es en verdad tan fundamental en la
sociedad contemporánea como sostienen los comentaristas y políticos de la
“nueva economía”, los educadores deben hacer suya la agenda y situarse como
fuerzas del cambio.
Tenemos la responsabilidad profesional de ser
agentes de cambio, que concibamos la educación del futuro y, al hacerlo,
también ayudemos a forjar el futuro.
Esto se puede ver
como un conservadurismo sensato, sensato por ser realista en cuanto a las
fuerzas contemporáneas de la tecnología, la globalización y el cambio cultural.
O puede verse como una agenda emancipadora que aspira a crear un futuro
distinto del presente atendiendo sus múltiples crisis: de la pobreza, el medio
ambiente, las diferencias culturales y el sentido existencial, por ejemplo. En
otras palabras, la transformación puede ser pragmática (al posibilitar el
máximo logro de los estudiantes dadas sus condiciones sociales), emancipadora
(al hacer del mundo un lugar mejor), o ambas cosas a la vez.
En el mejor de los
casos, el Nuevo Aprendizaje
transformador encarna una opinión realista de la sociedad contemporánea, o
los tipos de conocimientos y capacidades de conocer que los niños deben
desarrollar para ser buenos trabajadores en una “economía del conocimiento”;
ciudadanos participativos en una sociedad globalizada, cosmopolita, y
personalidades equilibradas en una sociedad que ofrece tal variedad de opciones
de vida que a veces nos abruma. Nutre la sensibilidad social de un tipo de
persona consciente de que ella determina el mundo con sus acciones tanto como
el mundo la determina a ella. Crea una persona al tanto de que sus necesidades
individuales están vinculadas inextricablemente con su responsabilidad de
trabajar para el bien común en la medida que estamos cada vez más estrechamente
conectados en redes sociales en expansión y superposición constantes.
Es cuestión de algo
más que cantidad. No se trata simplemente de dar más educación a más personas.
Aunque muchos países perseveran en las estructuras educativas fundadas en el
siglo XIX o antes, la economía del conocimiento exige enfoques distintos y
creativos del aprendizaje. Las escuelas, por lo menos en su forma tradicional,
quizá no dominen el paisaje educativo del siglo XXI. Los nítidos nichos de
segregación del pasado quizá se derrumben. Lo que se daba por seguro puede
ceder.
Diversidad de los
estudiantes
Una característica
distintiva del Nuevo Aprendizaje es reconocer la enorme variabilidad de las
experiencias del mundo que los estudiantes llevan al aprendizaje. Los rasgos
demográficos son insistentes: los materiales (clase, localidad, circunstancias
familiares), corporales (edad, raza, sexo y sexualidad, y características
físicas y mentales) y simbólicos (cultura, lengua, género, afinidad e imagen).
Este punto de partida conceptual ayuda a explicar las elocuentes pautas de los
resultados educativos y sociales.
Detrás de estos
rasgos demográficos hay personas de verdad, que en todos los casos han
aprendido ya y cuyo espectro de posibilidades de aprendizaje son ilimitados y a
la vez están circunscritos por lo que ya han aprendido y por aquello en lo que
se han convertido mediante ese aprendizaje.
Nos encontramos
aquí con la diversidad de materia prima: de experiencias, disposiciones,
sensibilidades, epistemologías y visiones del mundo humanas. Estas siempre son
mucho más variadas y complejas de lo que la demografía en bruto haría pensar a
primera vista. El aprendizaje triunfa o
fracasa en la medida que interesa a las diversas identidades y subjetividades
de los estudiantes. El interés produce oportunidad, equidad y participación. La
falta de interés produce fracaso, desventaja y desigualdad.
Las interrogantes
que enfrentamos hoy como educadores son enormes; los retos, a veces
formidables. ¿Cómo aseguraremos, por ejemplo, que la educación cumpla su
función democrática mediante una enseñanza de calidad, planes de estudios
transformadores y programas a propósito para atender la desigualdad?
Atender a
los grupos desfavorecidos y “en riesgo” es una responsabilidad esencial de los
educadores, no solo por consideraciones morales, sino por los peligros
económicos y sociales de permitir la exclusión de individuos y grupos.
Las agendas de la
educación
En esta época de
extraordinarias transformaciones e incertidumbres sociales, los educadores
tienen que considerarse creadores de futuros sociales, buscar nuevas maneras de
atender las necesidades de aprendizaje de nuestra sociedad y, al hacerlo, dar a
la educación un lugar indiscutiblemente central en la sociedad.
De hecho, algunas
ideas educativas influyentes —sobre la acción y la colaboración entre las
personas en ciertos contextos para crear conocimiento, por ejemplo— podrían
convertirse en las ideas sociales dominantes en áreas profesionales hoy más
privilegiadas, como la empresarial y la tecnológica. Quizá si conseguimos dar a
la educación un lugar en el centro de los proyectos para el futuro de la
sociedad, podamos incluso triunfar en nuestras diversas campañas para asegurar
que la educación sea innovadora, empoderadora y justa, y que esté provista de
recursos adecuados.
Hoy en día la
educación en todos sus aspectos está en un momento de transición. La idea del “Nuevo Aprendizaje” contrasta
cómo era antes la educación con los cambios que experimentamos hoy, con una
idea imaginativa de las características posibles de los ambientes de
aprendizaje en el futuro cercano. ¿Cómo serán el aprendizaje y el trabajo
de los maestros? ¿Somos educadores lo suficientemente capacitados para
responder las preguntas con que nos encontramos y atender los retos que
enfrentamos? ¿Nos proporciona nuestra disciplina los medios intelectuales que
necesitamos para hacer frente a cambios de estas proporciones?
Tal vez sí, pero solo si concebimos la
educación como una ciencia tan rigurosa en sus métodos y tan ambiciosa en sus
alcances como las demás.
La agenda de la
educación es expansiva en el plano intelectual y ambiciosa en la práctica. Es
transformadora del estudiante, capacitadora de trabajadores productivos,
ciudadanos participativos y personas realizadas.
Y es transformadora del mundo en la medida que
investiguemos la naturaleza humana del aprendizaje y su función en la
concepción y aplicación de nuevos modos de ser humano y vivir en sociedad:
configurar nuestras identidades, formular nuestras formas de pertenencia, usar
las tecnologías, representar significados de nuevas maneras y a través de
nuevos medios, construir espacios de participación y colaborar para construir y
reconstruir el mundo. Son desafíos intelectuales y prácticos formidables.
La educación
transformadora es un acto de imaginación para el futuro del aprendizaje y un
intento de encontrar modos prácticos de desarrollar aspectos de este futuro en
las prácticas educativas del presente. Es una lucha sin límites predeterminados
más que una meta clara, un proceso más que una fórmula para actuar. Es una
labor en proceso.
La ciencia de la educación es un campo de la
imaginación, experimentación, invención y acción sociales. Es grande. Es
ambiciosa. Y es decididamente práctica.
http://sobreaprendizaje.com/congreso-2018/convocatoria-propuestas
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